Los extremos de la Tierra
Polo Sur y Polo Norte: dos expediciones inolvidables
Los extremos de la Tierra
Polo Sur y Polo Norte: dos expediciones inolvidables
Polo Sur: el corazón blanco de la Tierra
Explorar la Antártida interior es entrar a un mundo que no se parece a ningún otro. Después de haber conocido la península antártica años antes, esta vez el objetivo no era ver pingüinos ni glaciares: era llegar al Polo Sur geográfico, un punto perdido en el centro del continente más inhóspito del planeta. El viaje comenzó en Ciudad del Cabo rumbo a Echo Camp, un campamento futurista levantado sobre un desierto de hielo, donde la noche se confunde con el día y el silencio es tan profundo que parece un sonido propio.


Desde Echo Camp, la expedición continuó en un DC-3 modificado que aterriza directamente sobre hielo azul. Volar sobre un continente completamente blanco, sin montañas, árboles o ciudades, da la sensación de estar viajando sobre una página en blanco. A medida que el avión avanza, la mente trata de encontrar referencias, pero no hay ninguna; el paisaje elimina toda noción de distancia o escala.
Al llegar al Polo Sur, la experiencia es tan física como emocional. Las temperaturas de —30 °F incluso en verano hacen que cualquier movimiento sea un reto; respirar se vuelve más consciente, y cada paso se siente en capas de ropa que pesan casi tanto como el propio cuerpo. Allí no hay animales, ni vida, ni estaciones marcadas: solo un marcador que señala "90° Sur" y un viento que ha soplado así durante siglos.


Dormir en tiendas sobre el hielo, lejos de cualquier rastro de civilización, transforma la experiencia en un ejercicio de introspección. No hay teléfonos, no hay ruido, no hay luces. Solo la pureza absoluta de un lugar que se mantiene casi intacto desde hace millones de años. El Polo Sur no solo es un destino: es una demostración de lo remoto y frágil que puede ser nuestro planeta.
Polo Norte: el hielo que nunca se queda quieto

El Polo Norte es la otra cara del mundo polar. A diferencia del Sur, no se llega a un continente, sino a una masa de hielo flotante sobre el océano Ártico. El camino hacia este extremo comenzó con varios intentos frustrados: la cancelación del campamento Barneo en 2020, limitaciones políticas y rutas que se cerraron por la pandemia. Aun así, el deseo de completar el círculo polar se mantuvo firme. En 2024 llegó al fin la oportunidad cuando Jaime abordó el rompehielos Le Commandant Charcot, una nave diseñada para avanzar a través de capas gruesas de hielo marino.
Navegar hacia el norte profundo es presenciar un espectáculo cambiante: bloques de hielo que chocan entre sí, grietas que se abren al paso del barco y una superficie blanca que nunca está quieta. A diferencia del silencio absoluto del Polo Sur, aquí el paisaje tiene vida, movimiento y sonido. El rompehielos avanza lentamente pero con determinación, abriendo camino a través del hielo marino que puede tener varios metros de espesor.


El viaje incluye momentos de asombro: osos polares merodeando sobre plataformas de hielo, luces que cambian con el clima ártico y un horizonte ondulado que parece respirar. No hay ciudades, faros ni montañas; solo un océano cubierto por un cascarón congelado que se rompe y rehace constantemente. La vida silvestre ártica, aunque escasa, añade una dimensión única a esta expedición.
Cuando el rompehielos finalmente alcanzó el Polo Norte geográfico, la sensación fue muy distinta a la del sur. En vez de pisar un continente, se pisa un hielo que se desplaza lentamente con las corrientes. No es un lugar fijo: cada segundo el punto se mueve ligeramente, recordando que el norte absoluto no es un sitio estable, sino un instante. Allí, con el globo terráqueo completo debajo de los pies, la experiencia se vuelve profundamente simbólica: el fin del mapa no es una frontera, sino un mirador al resto del planeta.
